miércoles, 3 de junio de 2009

L A S O M B R A O S C U R A


La violencia, esa sombra oscura que permanece a nuestra espalda a la espera del momento oportuno para atacar nuestro equilibrio emocional.
Si, la violencia convive con nosotros, se nutre de nuestro estado de ánimo, de las alteraciones que nos producen la divulgación de actos violentos a través de los medios de comunicación, del cine, de las conversaciones interpersonales, etc…… .
Esta sombra oscura que amenaza nuestra integridad, que busca cualquier pretexto para hacernos creer que estamos siendo atacados y, que cuando en un sinsentido la utilizamos, nos abandona dejándonos en un pozo de desasosiego y de incomprensión.
Porque está claramente demostrado que cuando nuestra mente recupera el equilibrio emocional, tan sólo nos encontramos con un vacio y un sentido de culpabilidad.
La violencia, no es peligrosa en sí misma, lo peligroso son sus consecuencias y sus actos.
Nuestra sociedad rechaza la violencia hacía las mujeres y, por el contrario disculpa la que se produce en el deporte, en la cinematografía, en el ámbito de la familia.
La violencia se disfraza bajo mil caras, unas de rostro áspero y mordaz, otras con un leve efecto positivo. Estas caras violentas, las encontramos en las palabras, los actos, los gestos, las muecas, el lenguaje no verbal y, con ellas producimos dolor a la persona que tenemos enfrente.
Se recuerda y cita con asiduidad, la frase de “la violencia engendra violencia”, haciendo referencia al hecho de que, una vez que comienza se produce un efecto dominó, crece y arrastra todo lo que en su camino encuentra. Empieza por una persona, se le añade otra y se termina en masa, todos contra todos, crece en número y en intensidad.
Lo paradójico de este asunto, es que no se concibe como normal a una persona que no es violenta, se la considera un bicho raro, un anti-sistema, alguien que no encaja en los roles de nuestra sociedad, al que hay que vigilar y del que debe recelarse.
Mayoritariamente somos egoístas y falsos, al despreciar la violencia en público y justificarla en privado. Nos declaramos anti-violentos y por el contrario consentimos llevarla a nuestra espalda.
El conseguir que la sociedad abola la violencia, es una tarea que roza el imposible, ya que representa el tener que empezar por considerar que las personas no violentas pueden servirnos como ejemplo, tomarlas como modelo y, ante todo tener el firme propósito de cambiar, poner freno a los ataques de la “sombra oscura” a la integridad emocional, a la difusión de noticias de actos violentos por los medios de comunicación y, lo más importante aprender a ser seres comprensivos y aceptar que todos somos diferentes y por ello divergentes en nuestros actos y opiniones.
Su constante presencia inhibe nuestro poder de reacción, dejándonos indefensos ante los acontecimientos que nos puedan acaecer.
Nuestra sociedad vive sometida a una gran carga emocional, por el ritmo de vida que nos obliga a llevar al ser una sociedad de consumo guiada por objetivos productivos y de desarrollo y, carente de las suficientes compensaciones dentro del campo del ocio.
Hecho que conlleva un desequilibrio en nuestra calidad de vida, al no poder desahogarnos fuera del ámbito laboral.
Existen situaciones y lugares en los que la violencia tiene una latencia constante, dadas las diferentes circunstancias de las mismas, se van a describir por separado.
Planteamos como primer ejemplo, el lugar de trabajo, en el que bajo apariencias de bromas, comentarios, expresamos nuestra violencia, escondemos sentimientos de envidia, desaprobaciones ó rechazo hacía los compañeros. No entramos a evaluar el grado de daño que podamos hacer, ni el motivo ó razón para así hacerlo, tan sólo atendemos la demanda de la “sombra oscura”, disfrazamos nuestros reproches bajo esta forma de actuación, sin ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos y, ni del alcance de los mismos.
Violencia en el trabajo, la sobrecarga producida por el deber de tener que cumplir con unos objetivos marcados, díganse, ventas, productos, número de piezas, conlleva una elevada carga pre-violenta. Acarrea una predisposición a actuar violentamente al primer atisbo de atentado contra nuestra persona, generalmente verbal.
Consecuentemente, la reacción es de ataque a la persona que nos increpa y la primera palabra que articulamos es “NO”, no a la solicitud que nos formulan, no a cualquier ayuda e interiormente una actitud de rechazo ante la falta de comprensión que para nosotros tiene esta otra persona, es decir, no entiende que nosotros ya tenemos nuestros problemas y estamos agobiados, para tener que encima solucionar los suyos.
Otro claro ejemplo por todos conocidos y aceptado como normal, aunque sea paradójico, es la actitud que tomamos al subirnos a un vehículo, la puesta en marcha del mismo coincide con la toma de una posición mental pre-violenta, nos preparamos para reaccionar violentamente ante cualquier incidencia que se produzca durante el trayecto primero de forma mental, luego de forma corporal.
Tendemos a vigilar lo que hacen los otros conductores, a juzgar sus actos bajo un particular prisma personal, si actúan bien o mal y, ante todo si su comportamiento puede afectarnos o interferir en nuestro camino. Donde más se radicaliza esta postura es en los atascos y en los semáforos, donde aumenta considerablemente el grado de excitación, nos provoca nerviosismo y desazón, siendo la reacción más lógica mover la cabeza, al mismo tiempo que ponemos una de las manos sobre el pulsador de la bocina, reaccionando inmediatamente cuando consideramos que los conductores que llevamos delante tardan más de la cuenta en arrancar o reiniciar la marcha.
Otro símil, ocurre con los carriles de aceleración-desaceleración de autovías y autopistas, nos irrita en grado extremo que otro vehículo nos obligue a alterar nuestra marcha, ya sea por cruzarse delante, por obligarnos a frenar ó porque su velocidad es excesivamente rápida o lenta.
Si a ello unimos el que por diferentes circunstancias vayamos cortos de tiempo o lleguemos tarde a una reunión o cita, el grado de excitación se multiplica en grado extremo, en estos momentos nuestra reacción violenta no precisa de una causa o razón para manifestarse, tan sólo de una mirada al reloj. Se produce una explosión de violencia, ya no cabe dentro de nosotros y se expande a todo lo que nos rodea. Perdemos el concepto de la moderación y atacamos a todo lo que se mueve.
Quizás el ejemplo más importante de violencia, tanto por su carga social como sus repercusiones, es la de género.
Tan difundida por los medios de comunicación, tan rechazada por los organismos oficiales y por la sociedad, pero por el contrario tan latente en el día a día.
Ello provoca que, cualquier acontecimiento de esta índole sea tratado con la máxima celeridad, se difundan los pormenores, los resultados y las reacciones sociales, pero no se detallen las circunstancias que han convergido en la realización de este suceso.
Si, entramos en un estudio pormenorizado de lo acontecido, veremos que existía un ambiente de desacuerdo, que se habían ido sucediendo acontecimientos que conducían a reacciones violentas, causadas en parte por falta de comunicación, dialogo o comprensión, rupturas de pareja y, presuntos actos de acoso sicológico o físico, pero lo que está claramente demostrado es que una de las partes se hallaba sometida al poder de la “sombra oscura”, que su poder de raciocinio estaba perturbado que, tan sólo se concebía una reacción violenta al presunto ataque a la integridad física y moral, resultado ó única salida, el ataque físico a nuestro oponente, esa otra persona.
Porque, en casi la totalidad de los casos son las mujeres las víctimas de la violencia de género, posiblemente por culpa de nuestra sociedad, se continúan manteniendo unos estereotipos obsoletos, se considera a la mujer inferior al hombre, se defiende que el hombre es el que tiene que mantener a la familia y, se niega sistemáticamente la igualdad de ambos géneros.
Consecuencia lógica de dicho proceder, el hombre se entiende superior y por ello en facultad de imponer su poder, si a ello añadimos una no aceptación de la mujer como compañera, ya tenemos el caldo de cultivo ideal para que se produzcan actos de violencia.
Otro ejemplo, nos referimos a la violencia dentro del ámbito familiar, esta violencia que no trasciende, que queda encerrada dentro de las paredes del hogar, pero que no por ello es menos digna de mención, al ser donde posiblemente repercuten y se concentran todos los tipos de violencia.
Es una violencia mayoritariamente psíquica, es decir de insultos, palabras ofensivas y actos de reproche y rechazo.
El momento céntrico se produce, cuando concurren en el domicilio familiar la totalidad de los componentes de la familia y, en casi todos los casos en las últimas horas de la tarde-noche, cada uno de ellos aporta la carga de lo que les ha tocado vivir y tolerar a lo largo de la jornada, por lo que su estado anímico esta alterado, consecuencia de ello es, que el grado de tolerancia es muy bajo, y al menor atisbo de desaprobación o comentario, la reacción inmediata que se desencadena es violenta.
Cada uno de los componentes de la familia, intenta desahogarse, descargando la acumulación de energía negativa por cualquier medio, por lo que, la única forma valida que encuentran es atacando o reprochando a los demás familiares, hecho que inmediatamente desata la reacción negativa de los demás.
Ello obviamente, es un terreno idóneo para pasar de la violencia verbal a la física, extremo que entraña un enorme riesgo, por las consecuencias que puede conllevar.
Los tan comentados actos violentos hacia las mujeres, no son más que un claro exponente de lo anteriormente expresado. No cabe la menor duda que, en sus orígenes la intención no era cometer dichos actos, pero lo que en un principio era una conversación ó una queja, en poco tiempo cruza el umbral de lo verbal y pasa a la agresión física. El resultado final es desafortunadamente previsible y de todos conocido.
Se crea una correlación de acontecimientos fuera del control de nuestro intelecto, los cuales no podemos frenar, al no tener el poder de decisión, quedamos a merced de unas reacciones externas dominadas por la sombra oscura, quedándonos tan solo el recurso de esperar su desenlace, para así sopesar sus consecuencias y, esperar que las mismas no sean perniciosas. De todas formas, su final es siempre descorazonador para nosotros y conlleva una laguna mental en la mayoría de los casos.
Sabemos lo que hemos hecho, pero no sabemos porque, por lo cual no podemos responder ante los demás de lo sucedido, motivo por el que nos encontramos sin defensa.
Este tipo de violencia, no distingue ni sexo, ni edad, se desarrolla en todos las participes de la familia y, los resultados son igualmente perjudiciales.
El hecho de que convivan varias generaciones, en que discrepan sus mentalidades, provoca la necesidad de que deba existir una gran dosis de comprensión por parte de todos sus componentes, cruce de razonamientos distantes y divergentes que, necesitan de mucho dialogo y reflexión. Cuando por circunstancias personales dicha comprensión no es posible, es cuando se empiezan a crear los malos entendidos, se sacan a relucir los reproches y, se pierde la cohesión familiar.
Cuando ello sucede, es necesario que todos los componentes de la familia, realicen un esfuerzo, para recuperar el equilibrio familiar, toda vez que si ello no sucede la situación tiende a una ruptura, con las consecuencias que ella puede ocasionar, ( ej. quién manda en la familia, que ya soy autosuficiente, que haz lo que te mando, etc…) .
El resultado final en estos casos es ya presumible, se pasa de la violencia verbal a la física, se producen enfrentamientos, se crean bandos, se pierde el poder de dialogo y se entra en una espiral de descalificaciones, sin un posible punto de resolución.
Quizás, en este punto, transciende la realidad familiar a la calle, lo cual produce una serie de opiniones y comentarios, siempre personalistas, que en nada ayudan a solucionar la situación. Eso sí, le dan una propaganda gratuita que escapa de las manos de los miembros de la familia.
Trataremos ahora el tema del deporte, en el que bajo la defensa de los colores del equipo, se esconde una batalla contra los seguidores del equipo contrario, no importa el motivo ni la razón, tan sólo que se enfrentan ambos equipos en busca de la victoria.
Lo cual obviamente desencadena una reacción de ataque al contrario y, un especial interés hacía el comportamiento de los árbitros, quejándonos por cualquier actuación contraria a nuestro equipo.
El hilo que separa el ímpetu de la violencia es extremadamente fino, siendo muy fácil de romper, bastando un simple comentario del contrario o un hecho antideportivo, momento en que se produce una reacción en cadena de acontecimientos.
Por suerte, hay unos deportes menos favorecedores de los ataques violentos, casi todos individuales, lo cual produce que no concurran las circunstancias de confrontación de dos equipos.
Cabe indicar que, en el deporte la violencia forma parte de su desarrollo, por lo que es considerado como normal que la haya, no se ve como lógico que un hincha permanezca impasible, viendo el desarrollo del evento, ni que no insulte o juzguen los acontecimientos, parece que las faltas, los roces, forman parte intrínseca del mismo.
Cualquier deporte que no comporte roces entre los participantes, carece de interés, salvando las excepciones de los deportes que se desarrollan a título personal, en los que los colores del equipo se defienden individualmente.
Si nos fijamos en lo que diariamente aparece en la prensa deportiva, detectaremos que la competitividad se lleva a puntos extremos, se halagan equipos o deportistas que su sólo nombre, ya crea un estado de violencia (ej… Barcelona-R. Madrid, Sevilla-Betis, en futbol, Escocia-Gales, en Rugbi, etc….), por ello es normal que sus seguidores sean de por sí violentos.
En los deportes de equipo la situación de mero espectador no tiene cabida, por suerte en otros impera la labor de animar en conjunto, individualmente ó formando masa con el resto de seguidores.
De todo lo citado anteriormente, se deduce que el deporte es un catalizador de la violencia, traspasando el ámbito del deporte en sí y extrapolándose a la sociedad en general.
Trataremos ahora la violencia que se produce dentro de la educación, existe un momento en que los enfrentamientos entre alumnos reviste un notable auge y, es cuando se llega a la adolescencia, en esta etapa de la vida, tanto los chicos como las chicas, desarrollan una forma de obrar y manifestarse, cargada de violencia, se declaran independientes, no sujetos a las normas, descubren que es divertida la rivalidad entre sexos y los ataques a los profesores.
Las chicas se revisten de un elevado sentido de compañerismo, se unen en pequeños grupos para así sentirse más fuertes y defendidas ante los chicos. Al mismo tiempo que eligen a ese chico que les hace “tilín”.
Por el contrario los chicos, disfrutan de enfrentarse a las chicas, presumen de machos, se pavonean de su condición y de sus atributos, se creen superiores a ellas, por lo que con demasiada facilidad les atacan.
Tanto en unos como en otras, esconden un elevado grado de violencia, toda vez que buscan incesantemente el ataque frontal, primero verbal, luego si llega el caso físico.
El gran peligro que entraña esta situación es, que el chico que tanto admiran, posiblemente sea el que en el futuro les haga daño, por así decirlo viven con su maltratador.
Este periodo de la enseñanza, es la que más huella dejará en sus vidas y, no precisamente por los estudios, sino por su grado de rebeldía y violencia.
El no ser conscientes del alcance de sus obras, conlleva el olvidarse de los comportamientos sociales, valga como caso el maltrato que recibe el personal docente, que en muchos de los casos, sufren lesiones físicas.
Donde está la raíz de este problema, posiblemente en la libertad que los padres pretendemos dar a nuestros descendientes, quizás en una sociedad que es demasiado considerada, quizás en un sistema educativo que no enseña que la coeducación no es mezclar chicas y chicos.
Por todo ello, la violencia continúa manteniéndose dentro de las aulas, sin que haya un ligero atisbo de erradicación.
Por último, nos adentraremos dentro del campo de la política, mosaico público de los enfrentamientos entre los diferentes componentes de los partidos políticos.
Dentro de la política, según nos muestra el día a día, no parece lógico que exista el dialogo, tan sólo las descalificaciones.
Valga decir que la política, es con toda seguridad, el lugar en donde más se ataca al ser humano, no se conciben los actos de unos como correctos, se dejan llevar por una extraña fiebre que, les obliga a deshonrar todo lo dicho y hecho por los demás.
El ser de la oposición automáticamente representa el echar abajo cualquier cosa que haga el gobierno, no importa si está bien o mal, tan sólo porque lo hace el gobierno.
El grado de violencia, sobrepasa el ámbito de los partidos, llegando al cara a cara, se pretende vencer al oponente mediante descalificaciones verbales, fuera de contexto en la mayoría de los casos, usando un elevado tono de voz, siendo correspondido con aplausos o felicitaciones al final de la intervención.
El sentido dado a la política, carece de cualquier fuerza moral, no es el modelo que se nos pretende vender.
Los representantes de la sociedad legalmente elegidos en las urnas, confunden el representar a sus votantes con el desprestigiar a sus oponentes y, no precisamente por la vía del dialogo, más bien por el ataque frontal.
A la vista de actos como estos que nos ocupan, cabe reflexionar, ver que parte de culpa recae sobre nuestra sociedad, si vivimos inmersos en una sociedad provocadora de violencia, si somos los inductores de violencia con nuestra forma de ser, si la sociedad necesita de la violencia como antídoto para ocultar o disfrazar otros hechos. Es decir propagamos violencia, para solapar hechos sociales.
No es descabellado, llegar a la conclusión de que mientras se divulga la violencia, no transcienden temas como la marginación, el racismo, los conflictos sociales. Es la pantalla ideal para ocultar estos asuntos.
El efecto de contagio que tiene la violencia, conlleva que cada vez sean más las personas violentas, que tiene como consecuencia el aceptar en mayor o menor grado los actos violentos como normales y socialmente justificables.
Extremo que no obstante engendra un elevado riesgo, puesto que constituye un claro ejemplo de atentado a la humanidad.
Quizás por ello, repercutamos nuestra violencia sobre los animales, plantas y enseres públicos.
Diariamente los medios de comunicación nos ofrecen las consecuencias de los desmanes que se producen en las manifestaciones, destrucción de bienes públicos y privados, violencia de las fuerzas del orden y de los manifestantes.
A nadie se le oculta que en la raíz de la manifestación no existía ningún objetivo violento, sino de índole pacifica de expresión de reprobación o reclamación de unos acontecimientos acaecidos que afectan a nuestro futuro inmediato, entonces cual es la razón de que el final de las manifestaciones sea siempre violento.
No nos vale expresar que en toda manifestación se mezclan una serie de elementos violentos, cuya única misión es desatar alborotos. Puesto que en buena lógica, si el resto de las personas manifestantes no reaccionan a las provocaciones de los mismos posiblemente quedarían claramente aislados del resto y el citado efecto boomerang ó simpatía no se produciría.
Planteemos una propuesta positiva para paulatinamente erradicar de nuestras vidas la violencia partiendo de la experiencia particular que cada uno de nosotros poseemos.
Dejando de lado el instinto de atacar a los demás, recapacitando nuestras reacciones ante cualquier hecho que pueda ser considerado como intromisión en nuestra vida, comprendiendo que cada persona es un mundo y, por ello diferente, utilizando el raciocinio de que hemos sido dotados, aprendiendo a diferenciar un comentario de un reproche, así habremos establecido las bases para el consecución del destierro de la violencia.
Objetivo no fácil, dada la profunda inserción que tiene en nuestras vidas, pero quizás por ello menos difícil, al contar con el conocimiento que la misma tenemos, debe ser un camino lleno de pequeñas metas, que paso a paso nos ayude a irnos desprendiendo de la “sombra oscura”, un día a día, sin prisas pero sin pausa.
El hecho de considerarlo un hecho social, ayuda en un elevado grado, a establecer métodos comunitarios de realización, la implicación de muchas personas, conlleva el apoyo entre todas ellas, el respaldo ante el desfallecimiento, no se trata de romper con todas las cadenas al mismo tiempo, sino de utilizando la comunicación entre toda la sociedad, ir creando unas normas de comportamiento que, siendo conocidas sean más fáciles de llevar a cabo, el camino es largo, pero en compañía se hace más llano.
Puede considerarse este proyecto como una utopía, pero no dudemos que es realizable, tan sólo cabe tener claramente definidas unas metas y establecer un sistema de realización.
Quizás de esta forma consigamos que nuestra sociedad viva de una forma positiva, dando importancia a las cosas que se la merecen y luchando para que la violencia deje de tener el valor comunitario que actualmente le estamos adjudicando, tengamos claro que la violencia no es innata a la persona, sino que es el resultado de una sociedad que nos agobia, presiona y condiciona nuestro desarrollo personal e intelectual.
LA OSCURA SOMBRA DE LA VIOLENCIA DE GENERO

Detrás de cada noticia que aparece en los medios de comunicación de un acto de violencia de género, se esconde un oscuro efecto, resultado de la ruptura del equilibrio emocional de la persona causante, existe un motivo, un porque, una razón, una causa y, en consecuencia un efecto, algo que nunca sale a la luz cuando se publica la noticia.
Esa oscura sombra que castiga nuestro pensamiento, que nos lleva a sacar conjeturas, inventar motivos y, sin quererlo terminar por justificar el delito.
Somos seres de efecto inmediato, no vemos que detrás de nosotros, existe una sombra que nos guía y dicta nuestra conducta, una sombra que se nutre de nuestro pasado, de los momentos negativos de nuestra vida y, nos acosa para conseguir que rompamos nuestro equilibrio emocional.
Una sombra en la que se ubican nuestras vivencias, nuestras más oscuras luchas y, que nos ofusca en estos momentos, en los que sin razón perdemos el juicio y nos volvemos seres irracionales, capaces de cualquier locura con desatino.
Somos violentos, creamos violencia y atacamos a los seres que más queremos, luego vuelve la luz a nuestra razón y nos arrepentimos de lo que hemos hecho, nuestra mente se llena de incógnitas, desasosiego, pero lo peor es no saber porque lo hemos hecho.
El efecto causa-razón no existe, tan solo que vivimos bajo la influencia de la violencia, esa evidencia que nace con nosotros que, aumenta conjuntamente con nuestro intelecto y, a la que los medios de comunicación ayudan a perpetuarse, ya que son el canal ideal de transmisión de la misma.
Bajo este espectro, debemos indagar el por que de cada caso, las causas, los motivos, la coincidencia de circunstancias que tienen como final la muerte de una persona, generalmente mujer.
Si llegamos a tener consciencia del punto en que se desequilibra nuestra mente, en el que el lado oscuro nos inunda, quizás podamos frenar la caída hacia la violencia.
La violencia, la reproducimos en casi todos los momentos de día, al levantarnos ya la ponemos a la espera del momento oportuno para ponerla en acción, hablamos de la violencia desde las múltiples facetas de su prisma, la verbal, la física, la psíquica, la de los sentidos.
Parece como si estuviéramos esperando el momento propicio para desencadenarla, ese momento mágico en que, de una forma espontánea atacamos al ser que tenemos enfrente. Razón aparente ninguna, tan solo que, la sombra nos hace creer que hemos sido ofendidos en nuestro ser.
Esa sombra maldita que nos amarga la vida y, que nos lleva al camino del continúo ataque a los demás y, que por desgracia, se ha convertido en algo tan normal como estar vivos.
El esfuerzo que debemos efectuar para hacer acallar a la violencia, es tal que, no es comprensible por la sociedad, llegando a considerar al no beligerante como una persona rara, diferente, carente de “algo”, no sociable, una persona contraria a costumbres, alguien al que no se puede tratar por igual, toda vez que no acepta las normas estándar vivencia.
La solución posiblemente, debería empezar por diseñar una sociedad anti-violencia, unos medios de comunicación informadores de la realidad de los acontecimientos, en todas sus facetas, dando tanta importancia a la no violencia como a la violencia, ser unos medios de educación social y, dentro de la familia y la enseñanza, educar en la no violencia, en el equilibrio mental que conllevan los actos pacíficos, en el logro de desposeernos de la oscura sombra de la violencia.

LA IGUALDAD EN CASA

LA IGUALDAD EN CASA


A mis 55 años, he descubierto que, mi padre, nació en 1914, fue un adelantado en la igualdad de género, no le importó, ir a hacer la compra, barrer, cambiar a sus dos hijos y, lo más importante, me transmitió su legado, dio libertad a mi hermana para que llegará tarde e irse de viaje con su novio, a pesar de tener tan sólo 18 años, nació en 1956.
Desde mi juventud, he considerado como normal barrer y fregar el suelo, lavar los platos, poner el lavavajillas, ir a comprar, involucrarme en la educación de mis dos hijas, cambiarles los pañales, lavarlas, dormirlas, llevarlas al médico, hacer la siesta con ellas, jugar y, con el tiempo transmitirles, mi forma de pensar, tanto a nivel personal, como social.
Consecuencia de ello, tengo una mentalidad abierta a los temas de igualdad, tomo una postura neutral y observadora, ante los comentarios e ideas de los demás, poseo un alto grado de feed-back, soy un buen oyente, al adolecer de facilidad de palabra.
El mejor reflejo de todo lo citado, son mis estudios dentro del campo de la igualdad de género (Técnico Superior en Igualdad de Género, Agente de Igualdad de Oportunidades para la Mujer).
Pero vayamos a los resultados de toda mi anterior prosa, veo con lógica que la mujer trabaje, que sea madre y educadora, que las tareas del hogar sean compartidas, que no quiera casarse, que tenga tendencias homosexuales (lesbianismo), que sea independiente, pero responsable de sus actos y que pida consejo cuando lo precise, sin que por ello tenga que recibir reproches ni comentarios.
Extrapolando mi mundo interior a la calle, siento que soy un adelantado, ya que puedo luchar por romper unos estereotipos caducos, represivos y fuera de lugar.
Las mujeres de hoy, colaboran en el mismo grado a la economía, la política y la sociedad, son y deben ser el mano a mano con los hombres, intervenir en todos los niveles, co-llevar las riendas del mundo y por ello desterrar de la sociedad, la tan arraigada creencia de que están a la sombra de los hombres. Si el mundo gira igual para todos, porque no son iguales a los hombres.
Tanto la vida de las mujeres como la de los hombres se componen de una parte profesional y de otra personal, si en lo profesional intervienen ambos, porque no ocurre lo mismo en lo personal, en el hogar habitan los dos, entonces es lógico que compartan las labores domésticas.
El hogar, como núcleo de convivencia aglutina todo lo positivo y lo negativo de nosotros mismos, nos vemos obligados a transcender a cambio del equilibrio, ganamos en unas cosas para perder en otras, dialogamos, negociamos y pactamos en favor de nuestro común bienestar. Los acontecimientos importantes son consensuados, ambas parten asienten en la forma de resolverlos y son conscientes de las posibilidades de éxito o fracaso.
Entonces, porque extraña razón, cuando se trata de los asuntos domésticos, no se produce esta concordancia, porque el hombre declina su parte del trato, quizás porque si colabora y hace su parte, su hombría se vea afectada, insostenible desde sus raíces, ya que dicho valor, no debe en ningún momento medirse con este rasero, además un apunte, las labores domésticas se hacen en privado y, salvo que se digan, no transcienden.
Cambiemos la óptica exterior, si el tener descendencia, es de dominio público que es cosa de dos, porque las labores del hogar, también no lo son.
Tanto la mujer como el hombre, tienen el mismo derecho a llorar, a pedir ayuda, a ser lo que son, sin que por ello, disminuya ni un ápice su valoración ante los demás.
Basta ya, de pretender que el hombre no tenga sentimientos, que sea duro, triunfador y que lleve el sustento a la familia y, por el contrario la mujer brille por sus sentimientos, que esté a la sombra del hombre y, que no pueda económicamente mantener a una familia.
En este siglo XXI, las mujeres no necesitan a los hombres, pertenece al siglo pasado, la obligación de casarse para sentirse realizadas y en paz con la sociedad, hoy las mujeres pueden, sin tener ningún trauma, ser madres solteras, convivir con otra mujer, desear que el hombre sea su confidente, su compañero ó su amigo, pero sin que exista por ello ninguna atadura ni compromiso.
En estos momentos actuales, las mujeres son más capaces e independientes que los hombres. Ellas pueden fácilmente prescindir de los hombres, pero no ocurre lo mismo a la inversa.
Hagamos un receso en nuestra sociedad, actualicemos los estereotipos sociales, pongamos ambos sexos al mismo nivel y tengamos bien claro que son diferentes y, a tenor de ello, no comparables, tanto uno como otra tienen sus características especificas y circunstanciales, son especiales, coexisten, pero no se fusionan, mantienen inalterables sus esencias. Por ello no cabe asignar unos atributos unitarios, la mujer y el hombre, asumen para sí, algo del otro sexo, adaptan conceptos genéricos y los incluyen como suyos. El ente puro no existe, tan sólo el resultado de la adaptación a lo vivido y aprendido.

EL HOMBRE EN EL HOGAR

EL HOMBRE EN EL HOGAR



Los estereotipos, tan comúnmente utilizados, reducen las labores del género masculino dentro del hogar, a la lectura del periódico, hablar con el género femenino y estar atentos, de vez en cuando, a lo que hacen los descendientes.

Es decir en, ningún momento, se define su posible colaboración en las labores del hogar, estos tan odiosos trabajos, de lavar los platos, barrer la casa, lavar y tender la ropa, deshacer y hacer la cama, quitar el polvo, hacer la compra y, un largo etcétera……….. .

Semejante omisión, no hace más que perpetuar los estereotipos de género, el género femenino en casa y, si es independiente a contribuir con un segundo sueldo y, el masculino a proveer el sustento familiar.

Pero, que ocurriría si, estos estereotipos se rompieran, que el hombre, tomará la decisión de colaborar con la mujer, en la ejecución de las labores del hogar, posiblemente nada, de puertas para adentro y, un escándalo de puertas afuera.

Por qué ‘’’’’’’’’’’, tan extraño es que, en el siglo XXI, el hombre no pueda colaborar en las tareas del hogar, que mal, hay en ello, es que, por hacerlo perderá alguno de sus privilegios, disminuirá su masculinidad, se le verá como un bicho raro, Ó, sencillamente se producirá un punto de ruptura, se romperá una lanza a favor de la igualdad de género, se iniciará un proceso de olvido de todos estos estereotipos obsoletos, históricamente proclamados y transmitidos de generación en generación.

Seamos consecuentes con nuestros actos, defendemos la igualdad de género, pregonamos que creemos en ella, pero, por una extraña circunstancia, no nos la aplicamos, es más fácil, esperar a que, otros lo hagan y, se arriesguen a ser mal considerados y atacados en su integridad, a lanzarnos al ruedo de “las bestias” a defender nuestra forma de pensar y obrar.

Somos mayoritariamente, una burda falsificación de un defensor de derechos, somos egoístas, impera el ego propio y, estamos ciegos en nuestras perspectivas, el “yo” propio no nos deja ver el concepto general, el género masculino está contaminado con muchos prejuicios, unos innatos, otros adquiridos, que constituyen una pesada carga, que por mucho que lo intentemos, no nos podemos quitar.

Es necesario, un cambio de mentalidad, de enfoque de este tipo de cosas, de hacer un examen de mía culpa, de sentarnos a dialogar con el género femenino y con los de nuestro género, exponer todas las opciones, las opiniones, las objeciones, de tener el firme propósito de cambiar nuestra forma de obrar y, lo más importante de deshacer estos estereotipos que obstaculizan la realización de este acercamiento.





Queda suficientemente demostrado que, el hombre al igual que la mujer, debe realizar las tareas del hogar, que debe existir una división de las mismas, adaptando cada una de ellas a la constitución física de la mujer y del hombre que, no va a ocurrir, ninguna hecatombe, ni caerá el sol, ni habrá cataclismos, ni aparecerá publicado en los medios de comunicación, tan sólo se producirá un punto de ruptura, una brecha, en todas las costumbre adquiridas y en los estereotipos de género, por mucho que lo temamos, no sucederá nada más.

Que dirán las mujeres, que opinaran, lo haremos tal como ellas quieren, habrá consenso

CUANDO LA IGUALDAD TIENE NOMBRE DE MUJER

CUANDO LA IGUALDAD TIENE NOMBRE DE MUJER.


Es un tema de candente actualidad, todos los Estamentos sociales, se nombran defensores de la igualdad entre hombres y mujeres, pero no entre mujeres y hombres, hasta en esta concisa expresión, se antepone el hombre a la mujer, mal comienzo no……. .
Existe una Ley de Igualdad de género, se nos predica que tanto las mujeres como los hombres somos iguales, en todos los niveles y campos de la sociedad, pero no obstante, no se nos dan las directrices de actuación, se nos citan caminos, sendas, formas, pero no el como, se deja a nuestro libre albedrío este punto.
Ya, sea por no poder generalizar, ya sea por no poder crear unos guiones ó sencillamente, por no saber como, no se nos ofrece un abanico de procedimientos a seguir, siempre desde nuestra postura y conocimiento.
Quizás, como en nuestra infancia, se nos debería enseñar una doctrina de comportamiento y de visión de la igualdad de género, es fácil de comprender por todos nosotros que, los “peques” no distinguen entre niño/niña, son iguales, por naturaleza, son partícipes de los juegos, de los llantos, de los buenos y malos momentos. Entonces, porque nos emperramos los mayores en romper esta norma, en hacerles distinguir las dos partes del género, utilizando unos argumentos arcanos y obsoletos.
Estamos en el siglo XXI, no en la Edad Media, no existen los señores feudales, ni los señores de la casa, somos un Ente, la familia, con componentes de ambos sexos, sin derecho a distinciones, ni a rangos, somos iguales, por mucho que les pese a muchas personas.
La Igualdad, significa, “tanto monta, monta tanto” frase por todos conocida, del tiempo de los Reyes Católicos, los cuales sin duda, fueron en su tiempo, los precursores de la Igualdad, salvando los siglos que nos separan.
No seamos falsos, un sexo necesita al otro, en solitario, difícilmente llegaríamos muy lejos, tanto la mujer como el hombre, por sí solos, no pueden hacer nada. Estamos condenados de vivir juntos, entonces en base a que regla, nos enfrascamos en ser diferentes, en mirar por encima del hombre y, por que extraña circunstancia, casi siempre es la mujer, la que queda en el nivel inferior.
Dejémonos de intentos baldíos, de querer ser defensores de causas pérdidas, de remar contracorriente, somos iguales y no hay más………………………