miércoles, 3 de junio de 2009

L A S O M B R A O S C U R A


La violencia, esa sombra oscura que permanece a nuestra espalda a la espera del momento oportuno para atacar nuestro equilibrio emocional.
Si, la violencia convive con nosotros, se nutre de nuestro estado de ánimo, de las alteraciones que nos producen la divulgación de actos violentos a través de los medios de comunicación, del cine, de las conversaciones interpersonales, etc…… .
Esta sombra oscura que amenaza nuestra integridad, que busca cualquier pretexto para hacernos creer que estamos siendo atacados y, que cuando en un sinsentido la utilizamos, nos abandona dejándonos en un pozo de desasosiego y de incomprensión.
Porque está claramente demostrado que cuando nuestra mente recupera el equilibrio emocional, tan sólo nos encontramos con un vacio y un sentido de culpabilidad.
La violencia, no es peligrosa en sí misma, lo peligroso son sus consecuencias y sus actos.
Nuestra sociedad rechaza la violencia hacía las mujeres y, por el contrario disculpa la que se produce en el deporte, en la cinematografía, en el ámbito de la familia.
La violencia se disfraza bajo mil caras, unas de rostro áspero y mordaz, otras con un leve efecto positivo. Estas caras violentas, las encontramos en las palabras, los actos, los gestos, las muecas, el lenguaje no verbal y, con ellas producimos dolor a la persona que tenemos enfrente.
Se recuerda y cita con asiduidad, la frase de “la violencia engendra violencia”, haciendo referencia al hecho de que, una vez que comienza se produce un efecto dominó, crece y arrastra todo lo que en su camino encuentra. Empieza por una persona, se le añade otra y se termina en masa, todos contra todos, crece en número y en intensidad.
Lo paradójico de este asunto, es que no se concibe como normal a una persona que no es violenta, se la considera un bicho raro, un anti-sistema, alguien que no encaja en los roles de nuestra sociedad, al que hay que vigilar y del que debe recelarse.
Mayoritariamente somos egoístas y falsos, al despreciar la violencia en público y justificarla en privado. Nos declaramos anti-violentos y por el contrario consentimos llevarla a nuestra espalda.
El conseguir que la sociedad abola la violencia, es una tarea que roza el imposible, ya que representa el tener que empezar por considerar que las personas no violentas pueden servirnos como ejemplo, tomarlas como modelo y, ante todo tener el firme propósito de cambiar, poner freno a los ataques de la “sombra oscura” a la integridad emocional, a la difusión de noticias de actos violentos por los medios de comunicación y, lo más importante aprender a ser seres comprensivos y aceptar que todos somos diferentes y por ello divergentes en nuestros actos y opiniones.
Su constante presencia inhibe nuestro poder de reacción, dejándonos indefensos ante los acontecimientos que nos puedan acaecer.
Nuestra sociedad vive sometida a una gran carga emocional, por el ritmo de vida que nos obliga a llevar al ser una sociedad de consumo guiada por objetivos productivos y de desarrollo y, carente de las suficientes compensaciones dentro del campo del ocio.
Hecho que conlleva un desequilibrio en nuestra calidad de vida, al no poder desahogarnos fuera del ámbito laboral.
Existen situaciones y lugares en los que la violencia tiene una latencia constante, dadas las diferentes circunstancias de las mismas, se van a describir por separado.
Planteamos como primer ejemplo, el lugar de trabajo, en el que bajo apariencias de bromas, comentarios, expresamos nuestra violencia, escondemos sentimientos de envidia, desaprobaciones ó rechazo hacía los compañeros. No entramos a evaluar el grado de daño que podamos hacer, ni el motivo ó razón para así hacerlo, tan sólo atendemos la demanda de la “sombra oscura”, disfrazamos nuestros reproches bajo esta forma de actuación, sin ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos y, ni del alcance de los mismos.
Violencia en el trabajo, la sobrecarga producida por el deber de tener que cumplir con unos objetivos marcados, díganse, ventas, productos, número de piezas, conlleva una elevada carga pre-violenta. Acarrea una predisposición a actuar violentamente al primer atisbo de atentado contra nuestra persona, generalmente verbal.
Consecuentemente, la reacción es de ataque a la persona que nos increpa y la primera palabra que articulamos es “NO”, no a la solicitud que nos formulan, no a cualquier ayuda e interiormente una actitud de rechazo ante la falta de comprensión que para nosotros tiene esta otra persona, es decir, no entiende que nosotros ya tenemos nuestros problemas y estamos agobiados, para tener que encima solucionar los suyos.
Otro claro ejemplo por todos conocidos y aceptado como normal, aunque sea paradójico, es la actitud que tomamos al subirnos a un vehículo, la puesta en marcha del mismo coincide con la toma de una posición mental pre-violenta, nos preparamos para reaccionar violentamente ante cualquier incidencia que se produzca durante el trayecto primero de forma mental, luego de forma corporal.
Tendemos a vigilar lo que hacen los otros conductores, a juzgar sus actos bajo un particular prisma personal, si actúan bien o mal y, ante todo si su comportamiento puede afectarnos o interferir en nuestro camino. Donde más se radicaliza esta postura es en los atascos y en los semáforos, donde aumenta considerablemente el grado de excitación, nos provoca nerviosismo y desazón, siendo la reacción más lógica mover la cabeza, al mismo tiempo que ponemos una de las manos sobre el pulsador de la bocina, reaccionando inmediatamente cuando consideramos que los conductores que llevamos delante tardan más de la cuenta en arrancar o reiniciar la marcha.
Otro símil, ocurre con los carriles de aceleración-desaceleración de autovías y autopistas, nos irrita en grado extremo que otro vehículo nos obligue a alterar nuestra marcha, ya sea por cruzarse delante, por obligarnos a frenar ó porque su velocidad es excesivamente rápida o lenta.
Si a ello unimos el que por diferentes circunstancias vayamos cortos de tiempo o lleguemos tarde a una reunión o cita, el grado de excitación se multiplica en grado extremo, en estos momentos nuestra reacción violenta no precisa de una causa o razón para manifestarse, tan sólo de una mirada al reloj. Se produce una explosión de violencia, ya no cabe dentro de nosotros y se expande a todo lo que nos rodea. Perdemos el concepto de la moderación y atacamos a todo lo que se mueve.
Quizás el ejemplo más importante de violencia, tanto por su carga social como sus repercusiones, es la de género.
Tan difundida por los medios de comunicación, tan rechazada por los organismos oficiales y por la sociedad, pero por el contrario tan latente en el día a día.
Ello provoca que, cualquier acontecimiento de esta índole sea tratado con la máxima celeridad, se difundan los pormenores, los resultados y las reacciones sociales, pero no se detallen las circunstancias que han convergido en la realización de este suceso.
Si, entramos en un estudio pormenorizado de lo acontecido, veremos que existía un ambiente de desacuerdo, que se habían ido sucediendo acontecimientos que conducían a reacciones violentas, causadas en parte por falta de comunicación, dialogo o comprensión, rupturas de pareja y, presuntos actos de acoso sicológico o físico, pero lo que está claramente demostrado es que una de las partes se hallaba sometida al poder de la “sombra oscura”, que su poder de raciocinio estaba perturbado que, tan sólo se concebía una reacción violenta al presunto ataque a la integridad física y moral, resultado ó única salida, el ataque físico a nuestro oponente, esa otra persona.
Porque, en casi la totalidad de los casos son las mujeres las víctimas de la violencia de género, posiblemente por culpa de nuestra sociedad, se continúan manteniendo unos estereotipos obsoletos, se considera a la mujer inferior al hombre, se defiende que el hombre es el que tiene que mantener a la familia y, se niega sistemáticamente la igualdad de ambos géneros.
Consecuencia lógica de dicho proceder, el hombre se entiende superior y por ello en facultad de imponer su poder, si a ello añadimos una no aceptación de la mujer como compañera, ya tenemos el caldo de cultivo ideal para que se produzcan actos de violencia.
Otro ejemplo, nos referimos a la violencia dentro del ámbito familiar, esta violencia que no trasciende, que queda encerrada dentro de las paredes del hogar, pero que no por ello es menos digna de mención, al ser donde posiblemente repercuten y se concentran todos los tipos de violencia.
Es una violencia mayoritariamente psíquica, es decir de insultos, palabras ofensivas y actos de reproche y rechazo.
El momento céntrico se produce, cuando concurren en el domicilio familiar la totalidad de los componentes de la familia y, en casi todos los casos en las últimas horas de la tarde-noche, cada uno de ellos aporta la carga de lo que les ha tocado vivir y tolerar a lo largo de la jornada, por lo que su estado anímico esta alterado, consecuencia de ello es, que el grado de tolerancia es muy bajo, y al menor atisbo de desaprobación o comentario, la reacción inmediata que se desencadena es violenta.
Cada uno de los componentes de la familia, intenta desahogarse, descargando la acumulación de energía negativa por cualquier medio, por lo que, la única forma valida que encuentran es atacando o reprochando a los demás familiares, hecho que inmediatamente desata la reacción negativa de los demás.
Ello obviamente, es un terreno idóneo para pasar de la violencia verbal a la física, extremo que entraña un enorme riesgo, por las consecuencias que puede conllevar.
Los tan comentados actos violentos hacia las mujeres, no son más que un claro exponente de lo anteriormente expresado. No cabe la menor duda que, en sus orígenes la intención no era cometer dichos actos, pero lo que en un principio era una conversación ó una queja, en poco tiempo cruza el umbral de lo verbal y pasa a la agresión física. El resultado final es desafortunadamente previsible y de todos conocido.
Se crea una correlación de acontecimientos fuera del control de nuestro intelecto, los cuales no podemos frenar, al no tener el poder de decisión, quedamos a merced de unas reacciones externas dominadas por la sombra oscura, quedándonos tan solo el recurso de esperar su desenlace, para así sopesar sus consecuencias y, esperar que las mismas no sean perniciosas. De todas formas, su final es siempre descorazonador para nosotros y conlleva una laguna mental en la mayoría de los casos.
Sabemos lo que hemos hecho, pero no sabemos porque, por lo cual no podemos responder ante los demás de lo sucedido, motivo por el que nos encontramos sin defensa.
Este tipo de violencia, no distingue ni sexo, ni edad, se desarrolla en todos las participes de la familia y, los resultados son igualmente perjudiciales.
El hecho de que convivan varias generaciones, en que discrepan sus mentalidades, provoca la necesidad de que deba existir una gran dosis de comprensión por parte de todos sus componentes, cruce de razonamientos distantes y divergentes que, necesitan de mucho dialogo y reflexión. Cuando por circunstancias personales dicha comprensión no es posible, es cuando se empiezan a crear los malos entendidos, se sacan a relucir los reproches y, se pierde la cohesión familiar.
Cuando ello sucede, es necesario que todos los componentes de la familia, realicen un esfuerzo, para recuperar el equilibrio familiar, toda vez que si ello no sucede la situación tiende a una ruptura, con las consecuencias que ella puede ocasionar, ( ej. quién manda en la familia, que ya soy autosuficiente, que haz lo que te mando, etc…) .
El resultado final en estos casos es ya presumible, se pasa de la violencia verbal a la física, se producen enfrentamientos, se crean bandos, se pierde el poder de dialogo y se entra en una espiral de descalificaciones, sin un posible punto de resolución.
Quizás, en este punto, transciende la realidad familiar a la calle, lo cual produce una serie de opiniones y comentarios, siempre personalistas, que en nada ayudan a solucionar la situación. Eso sí, le dan una propaganda gratuita que escapa de las manos de los miembros de la familia.
Trataremos ahora el tema del deporte, en el que bajo la defensa de los colores del equipo, se esconde una batalla contra los seguidores del equipo contrario, no importa el motivo ni la razón, tan sólo que se enfrentan ambos equipos en busca de la victoria.
Lo cual obviamente desencadena una reacción de ataque al contrario y, un especial interés hacía el comportamiento de los árbitros, quejándonos por cualquier actuación contraria a nuestro equipo.
El hilo que separa el ímpetu de la violencia es extremadamente fino, siendo muy fácil de romper, bastando un simple comentario del contrario o un hecho antideportivo, momento en que se produce una reacción en cadena de acontecimientos.
Por suerte, hay unos deportes menos favorecedores de los ataques violentos, casi todos individuales, lo cual produce que no concurran las circunstancias de confrontación de dos equipos.
Cabe indicar que, en el deporte la violencia forma parte de su desarrollo, por lo que es considerado como normal que la haya, no se ve como lógico que un hincha permanezca impasible, viendo el desarrollo del evento, ni que no insulte o juzguen los acontecimientos, parece que las faltas, los roces, forman parte intrínseca del mismo.
Cualquier deporte que no comporte roces entre los participantes, carece de interés, salvando las excepciones de los deportes que se desarrollan a título personal, en los que los colores del equipo se defienden individualmente.
Si nos fijamos en lo que diariamente aparece en la prensa deportiva, detectaremos que la competitividad se lleva a puntos extremos, se halagan equipos o deportistas que su sólo nombre, ya crea un estado de violencia (ej… Barcelona-R. Madrid, Sevilla-Betis, en futbol, Escocia-Gales, en Rugbi, etc….), por ello es normal que sus seguidores sean de por sí violentos.
En los deportes de equipo la situación de mero espectador no tiene cabida, por suerte en otros impera la labor de animar en conjunto, individualmente ó formando masa con el resto de seguidores.
De todo lo citado anteriormente, se deduce que el deporte es un catalizador de la violencia, traspasando el ámbito del deporte en sí y extrapolándose a la sociedad en general.
Trataremos ahora la violencia que se produce dentro de la educación, existe un momento en que los enfrentamientos entre alumnos reviste un notable auge y, es cuando se llega a la adolescencia, en esta etapa de la vida, tanto los chicos como las chicas, desarrollan una forma de obrar y manifestarse, cargada de violencia, se declaran independientes, no sujetos a las normas, descubren que es divertida la rivalidad entre sexos y los ataques a los profesores.
Las chicas se revisten de un elevado sentido de compañerismo, se unen en pequeños grupos para así sentirse más fuertes y defendidas ante los chicos. Al mismo tiempo que eligen a ese chico que les hace “tilín”.
Por el contrario los chicos, disfrutan de enfrentarse a las chicas, presumen de machos, se pavonean de su condición y de sus atributos, se creen superiores a ellas, por lo que con demasiada facilidad les atacan.
Tanto en unos como en otras, esconden un elevado grado de violencia, toda vez que buscan incesantemente el ataque frontal, primero verbal, luego si llega el caso físico.
El gran peligro que entraña esta situación es, que el chico que tanto admiran, posiblemente sea el que en el futuro les haga daño, por así decirlo viven con su maltratador.
Este periodo de la enseñanza, es la que más huella dejará en sus vidas y, no precisamente por los estudios, sino por su grado de rebeldía y violencia.
El no ser conscientes del alcance de sus obras, conlleva el olvidarse de los comportamientos sociales, valga como caso el maltrato que recibe el personal docente, que en muchos de los casos, sufren lesiones físicas.
Donde está la raíz de este problema, posiblemente en la libertad que los padres pretendemos dar a nuestros descendientes, quizás en una sociedad que es demasiado considerada, quizás en un sistema educativo que no enseña que la coeducación no es mezclar chicas y chicos.
Por todo ello, la violencia continúa manteniéndose dentro de las aulas, sin que haya un ligero atisbo de erradicación.
Por último, nos adentraremos dentro del campo de la política, mosaico público de los enfrentamientos entre los diferentes componentes de los partidos políticos.
Dentro de la política, según nos muestra el día a día, no parece lógico que exista el dialogo, tan sólo las descalificaciones.
Valga decir que la política, es con toda seguridad, el lugar en donde más se ataca al ser humano, no se conciben los actos de unos como correctos, se dejan llevar por una extraña fiebre que, les obliga a deshonrar todo lo dicho y hecho por los demás.
El ser de la oposición automáticamente representa el echar abajo cualquier cosa que haga el gobierno, no importa si está bien o mal, tan sólo porque lo hace el gobierno.
El grado de violencia, sobrepasa el ámbito de los partidos, llegando al cara a cara, se pretende vencer al oponente mediante descalificaciones verbales, fuera de contexto en la mayoría de los casos, usando un elevado tono de voz, siendo correspondido con aplausos o felicitaciones al final de la intervención.
El sentido dado a la política, carece de cualquier fuerza moral, no es el modelo que se nos pretende vender.
Los representantes de la sociedad legalmente elegidos en las urnas, confunden el representar a sus votantes con el desprestigiar a sus oponentes y, no precisamente por la vía del dialogo, más bien por el ataque frontal.
A la vista de actos como estos que nos ocupan, cabe reflexionar, ver que parte de culpa recae sobre nuestra sociedad, si vivimos inmersos en una sociedad provocadora de violencia, si somos los inductores de violencia con nuestra forma de ser, si la sociedad necesita de la violencia como antídoto para ocultar o disfrazar otros hechos. Es decir propagamos violencia, para solapar hechos sociales.
No es descabellado, llegar a la conclusión de que mientras se divulga la violencia, no transcienden temas como la marginación, el racismo, los conflictos sociales. Es la pantalla ideal para ocultar estos asuntos.
El efecto de contagio que tiene la violencia, conlleva que cada vez sean más las personas violentas, que tiene como consecuencia el aceptar en mayor o menor grado los actos violentos como normales y socialmente justificables.
Extremo que no obstante engendra un elevado riesgo, puesto que constituye un claro ejemplo de atentado a la humanidad.
Quizás por ello, repercutamos nuestra violencia sobre los animales, plantas y enseres públicos.
Diariamente los medios de comunicación nos ofrecen las consecuencias de los desmanes que se producen en las manifestaciones, destrucción de bienes públicos y privados, violencia de las fuerzas del orden y de los manifestantes.
A nadie se le oculta que en la raíz de la manifestación no existía ningún objetivo violento, sino de índole pacifica de expresión de reprobación o reclamación de unos acontecimientos acaecidos que afectan a nuestro futuro inmediato, entonces cual es la razón de que el final de las manifestaciones sea siempre violento.
No nos vale expresar que en toda manifestación se mezclan una serie de elementos violentos, cuya única misión es desatar alborotos. Puesto que en buena lógica, si el resto de las personas manifestantes no reaccionan a las provocaciones de los mismos posiblemente quedarían claramente aislados del resto y el citado efecto boomerang ó simpatía no se produciría.
Planteemos una propuesta positiva para paulatinamente erradicar de nuestras vidas la violencia partiendo de la experiencia particular que cada uno de nosotros poseemos.
Dejando de lado el instinto de atacar a los demás, recapacitando nuestras reacciones ante cualquier hecho que pueda ser considerado como intromisión en nuestra vida, comprendiendo que cada persona es un mundo y, por ello diferente, utilizando el raciocinio de que hemos sido dotados, aprendiendo a diferenciar un comentario de un reproche, así habremos establecido las bases para el consecución del destierro de la violencia.
Objetivo no fácil, dada la profunda inserción que tiene en nuestras vidas, pero quizás por ello menos difícil, al contar con el conocimiento que la misma tenemos, debe ser un camino lleno de pequeñas metas, que paso a paso nos ayude a irnos desprendiendo de la “sombra oscura”, un día a día, sin prisas pero sin pausa.
El hecho de considerarlo un hecho social, ayuda en un elevado grado, a establecer métodos comunitarios de realización, la implicación de muchas personas, conlleva el apoyo entre todas ellas, el respaldo ante el desfallecimiento, no se trata de romper con todas las cadenas al mismo tiempo, sino de utilizando la comunicación entre toda la sociedad, ir creando unas normas de comportamiento que, siendo conocidas sean más fáciles de llevar a cabo, el camino es largo, pero en compañía se hace más llano.
Puede considerarse este proyecto como una utopía, pero no dudemos que es realizable, tan sólo cabe tener claramente definidas unas metas y establecer un sistema de realización.
Quizás de esta forma consigamos que nuestra sociedad viva de una forma positiva, dando importancia a las cosas que se la merecen y luchando para que la violencia deje de tener el valor comunitario que actualmente le estamos adjudicando, tengamos claro que la violencia no es innata a la persona, sino que es el resultado de una sociedad que nos agobia, presiona y condiciona nuestro desarrollo personal e intelectual.

No hay comentarios: