miércoles, 3 de junio de 2009

LA IGUALDAD EN CASA

LA IGUALDAD EN CASA


A mis 55 años, he descubierto que, mi padre, nació en 1914, fue un adelantado en la igualdad de género, no le importó, ir a hacer la compra, barrer, cambiar a sus dos hijos y, lo más importante, me transmitió su legado, dio libertad a mi hermana para que llegará tarde e irse de viaje con su novio, a pesar de tener tan sólo 18 años, nació en 1956.
Desde mi juventud, he considerado como normal barrer y fregar el suelo, lavar los platos, poner el lavavajillas, ir a comprar, involucrarme en la educación de mis dos hijas, cambiarles los pañales, lavarlas, dormirlas, llevarlas al médico, hacer la siesta con ellas, jugar y, con el tiempo transmitirles, mi forma de pensar, tanto a nivel personal, como social.
Consecuencia de ello, tengo una mentalidad abierta a los temas de igualdad, tomo una postura neutral y observadora, ante los comentarios e ideas de los demás, poseo un alto grado de feed-back, soy un buen oyente, al adolecer de facilidad de palabra.
El mejor reflejo de todo lo citado, son mis estudios dentro del campo de la igualdad de género (Técnico Superior en Igualdad de Género, Agente de Igualdad de Oportunidades para la Mujer).
Pero vayamos a los resultados de toda mi anterior prosa, veo con lógica que la mujer trabaje, que sea madre y educadora, que las tareas del hogar sean compartidas, que no quiera casarse, que tenga tendencias homosexuales (lesbianismo), que sea independiente, pero responsable de sus actos y que pida consejo cuando lo precise, sin que por ello tenga que recibir reproches ni comentarios.
Extrapolando mi mundo interior a la calle, siento que soy un adelantado, ya que puedo luchar por romper unos estereotipos caducos, represivos y fuera de lugar.
Las mujeres de hoy, colaboran en el mismo grado a la economía, la política y la sociedad, son y deben ser el mano a mano con los hombres, intervenir en todos los niveles, co-llevar las riendas del mundo y por ello desterrar de la sociedad, la tan arraigada creencia de que están a la sombra de los hombres. Si el mundo gira igual para todos, porque no son iguales a los hombres.
Tanto la vida de las mujeres como la de los hombres se componen de una parte profesional y de otra personal, si en lo profesional intervienen ambos, porque no ocurre lo mismo en lo personal, en el hogar habitan los dos, entonces es lógico que compartan las labores domésticas.
El hogar, como núcleo de convivencia aglutina todo lo positivo y lo negativo de nosotros mismos, nos vemos obligados a transcender a cambio del equilibrio, ganamos en unas cosas para perder en otras, dialogamos, negociamos y pactamos en favor de nuestro común bienestar. Los acontecimientos importantes son consensuados, ambas parten asienten en la forma de resolverlos y son conscientes de las posibilidades de éxito o fracaso.
Entonces, porque extraña razón, cuando se trata de los asuntos domésticos, no se produce esta concordancia, porque el hombre declina su parte del trato, quizás porque si colabora y hace su parte, su hombría se vea afectada, insostenible desde sus raíces, ya que dicho valor, no debe en ningún momento medirse con este rasero, además un apunte, las labores domésticas se hacen en privado y, salvo que se digan, no transcienden.
Cambiemos la óptica exterior, si el tener descendencia, es de dominio público que es cosa de dos, porque las labores del hogar, también no lo son.
Tanto la mujer como el hombre, tienen el mismo derecho a llorar, a pedir ayuda, a ser lo que son, sin que por ello, disminuya ni un ápice su valoración ante los demás.
Basta ya, de pretender que el hombre no tenga sentimientos, que sea duro, triunfador y que lleve el sustento a la familia y, por el contrario la mujer brille por sus sentimientos, que esté a la sombra del hombre y, que no pueda económicamente mantener a una familia.
En este siglo XXI, las mujeres no necesitan a los hombres, pertenece al siglo pasado, la obligación de casarse para sentirse realizadas y en paz con la sociedad, hoy las mujeres pueden, sin tener ningún trauma, ser madres solteras, convivir con otra mujer, desear que el hombre sea su confidente, su compañero ó su amigo, pero sin que exista por ello ninguna atadura ni compromiso.
En estos momentos actuales, las mujeres son más capaces e independientes que los hombres. Ellas pueden fácilmente prescindir de los hombres, pero no ocurre lo mismo a la inversa.
Hagamos un receso en nuestra sociedad, actualicemos los estereotipos sociales, pongamos ambos sexos al mismo nivel y tengamos bien claro que son diferentes y, a tenor de ello, no comparables, tanto uno como otra tienen sus características especificas y circunstanciales, son especiales, coexisten, pero no se fusionan, mantienen inalterables sus esencias. Por ello no cabe asignar unos atributos unitarios, la mujer y el hombre, asumen para sí, algo del otro sexo, adaptan conceptos genéricos y los incluyen como suyos. El ente puro no existe, tan sólo el resultado de la adaptación a lo vivido y aprendido.

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